Tengo sentimientos encontrados con lo que ocurrió este viernes en PyeongChang con el mexicano Germán Madrazo en la prueba de cross-country.
Ya la saben todos. Germán terminó en la última posición con un tiempo de 59 minutos y 35 segundos, a 25 minutos y 51 segundos del ganador de la competencia, Dario Cologna de Suiza. Un mundo de diferencia en este nivel competitivo.
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La emotiva llegada que le ha dado la vuelta al mundo, en la que Germán tomó una bandera mexicana y, tras cruzar la meta, fue levantado por el colombiano Sebastian Uprimny y el pintoresco competidor de Tonga, Pita Taufatofua, quiénes minutos antes habían cruzado la meta, ha sido una de las imágenes más memorables de estos Juegos.
Algunos dirán. ¿Cómo es posible que celebremos un último lugar? El argumento es respetable, pero creo que estamos perdiendo de vista que en este país no hay nieve y claramente no existe una estructura que forme ni que le de seguimiento a deportistas especialistas en deportes invernales. Tampoco a los no invernales, pero esto no es tema de este blog.
Luego, no es culpa de Germán Madrazo el o los criterios para obtener un boleto a unos Juegos Olímpicos de Invierno. De hecho el mismo reconoció que el haber clasificado a los Juegos ya de por sí era un triunfo. Coincido completamente.
Algunos podrán pensar “¡Qué mediocres!”. Respeto todas las opiniones, pero creo que no es válido quitarle mérito a un tipo que hasta vendió algunos bienes para poder cumplir con su sueño.
Espero de verdad que todos los que critican, desde el sillón, sean los mejores en todas y cada una de sus actividades, porque ya se sabe y, perdón la analogía taurina, “los toros desde la barrera se ven mejor”. Eso sí, pocos para asumir riesgos, responsabilidad o darlo todo por su sueño.
Ojalá tuviéramos más tipos como Germán Madrazo dentro y fuera de la nieve, de esos que nunca se dan por vencidos, ya sea por la edad, o por alguien que les diga que en este país es imposible ser un deportista invernal.
Daniel Ancheyta es Gerente Editorial de Marca Claro